Para educar en la empatía, nada mejor que los cuentos

Por Ángeles Aquino

Hace unos días recibí, con mucha emoción, un regalo para la biblioteca en la que trabajo, Bunko Roma Condesa. Se trata del Diccionario de la lengua española de la RAE -ya comprenderán mi emoción-. Me quedé hojeándolo y ahí encontré la palabra que da tema para hoy.

Empatía: es la capacidad que tenemos de ponernos en el lugar de alguien y comprender lo que siente o piensa.


Y… ¿Para qué nos sirve educar en la empatía?

Una persona empática tiene la habilidad suficiente para reconocer los estados de ánimo de aquellos que le rodean. La empatía hace que se incremente nuestro yo social y por lo tanto, nuestro bienestar y el de las personas que nos rodean. Ya Daniel Goleman nos decía que “Las personas empáticas hacen que el mundo sea un lugar mejor para vivir”


Un conocimiento más profundo del por qué los humanos tendemos a ser empáticos, lo aportó un equipo de investigadores en 1996. Ellos descubrieron las Neuronas Espejo que nos hacen posible observar e identificarnos con otros, ésta es una característica esencial que nos permite por un lado aprender, y por otro, también conectar emocionalmente con las personas. La tendencia a la observación y a la identificación con los otros va refinándose y aumentando a medida que crecen nuestras experiencias y se va enriqueciendo con el aprendizaje cultural. De ahí el valor de educar desde la infancia en la empatía.


Pero ¿cómo logramos educar a alguien para que sea consciente de los sentimientos de los otros?


Sin duda, esa es una tarea que exige aprendizaje, no es fácil salir del –no siempre claro- territorio de las emociones propias, para ir al, no menos complejo, territorio de las emociones de los demás. Para lograrlo necesitamos escucharlos con verdadera atención y abrazar la idea de que vivimos rodeados de personas que tiene formas diferentes de sentir y de percibir la realidad que no son las nuestras, y esas diferencias son tan válidas como las propias. Ahí es donde los cuentos entran en acción.

Cuando leemos literatura para los más pequeños o para nosotros mismos, estamos abriendo un mundo fantástico que nos envuelve y emociona profundamente. Esto permite sentir que escapamos de la realidad y tomamos distancia… nos dedicamos a disfrutar. De pronto las palabras desaparecen para dar lugar a imágenes vívidas de lo relatado, se abre
una atmósfera que nos hace ser más perceptivos, más involucrados y abiertos a seguir al protagonista en su viaje. Estamos dispuestos a prestarle toda nuestra atención y empatía, por lo que las emociones de los personajes, se vuelven nuestras, las experimentamos e interiorizamos como si fueran propias, y desde luego sus aprendizajes también se vuelven nuestros y con ellos nos explicamos el mundo, nos sirve para toda la vida.

En una entrevista, Guillermo del Toro afirmaba que: “La literatura hace al mundo más flexible, menos trivial, más susceptible a la recreación”

Y es verdad, los lectores de ficción, regresan de la fantasía mucho más empáticos porque siempre están dispuestos a entender a otros por distintos que sean; después de todo ya ha sido piratas, heroínas, náufragos en una isla, científicas descubriendo una cura para la humanidad, o caballeros luchando contra molinos de viento


Por algo dice Jorge Volpi que: “Los cuentos que nos contamos dentro, son los cuentos que vivimos afuera”

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