Premio de ensayo IBBY México

Premio de Ensayo IBBY México

Por Myhrra Duarte Rodríguez-Malpica

Estoy recargada en el marco de la ventana que da al balcón, observo cómo el mar acaricia los fiordos de Nueva Zelanda y pondero en cómo clasificar a mi familia de acuerdo a los estándares: hobbit/elfo/humano/enano. Me dejo llevar por la imagen de los Hobbits-hermanas corriendo por las cordilleras verdes que se pierden en sus propias curvas mientras presiento que solo una taza de té podría interrumpirlo todo. Eso, o la pregunta de mi esposo (soy recién casada y estoy en mi luna de miel): “Myhrra, ¿Qué es IBBY? Tengo a tu mamá en el teléfono porque que hay una pareja en la puerta preguntando por ti…dicen que vienen de IBBY porque has sido la ganadora del Premio de Ensayo”.

Este ensayo que ahora van a leer, si me regalan su tiempo, nació 3 meses antes de la pregunta de Diego cuando la doctora Selma, nuestra profesora de filosofía, nos llevó a percatarnos de la importancia de identificar lo que nos motiva a leer, a pensar, a investigar. En ese momento sentí que me sumergían en un río helado. “Hasta que seas honesta contigo misma no vas a lograr sacar tu voz del tintero”, parecía decir en verdad nuestra profesora predilecta. Mi mente, educada por cuentos de hadas, se imagina a todas las voces marginales atrapadas en un collar como el de la Sirenita.

Tal como dice Wayne C. Booth en Las compañías que elegimos: una ética de la ficción, las historias, nos guste o no, nos muestran formas para interpretar y construir nuestra realidad, relaciones sociales y claro, el deseo. Por ello considero tan importante afilar nuestros lápices digitales y empezar a trabajar en una crítica ética (no confundir por favor con crítica moral) sobre las historias que nos rodean.

Los adultos que fuimos lectores de jóvenes tenemos una gran responsabilidad con los lectores futuros, pero también con los que fuimos. En nuestras manos está el retar a la literatura del pasado, revisitarla, romper el canon cuando sea necesario para así crear espacios donde lo imposible sea posible. Pienso así porque, como bien señala Domna Pastourmatzi, “la ciencia ficción muchas veces no es sino un experimento de pensamiento filosófico”. Para mí, entonces, es en la ficción donde se consiguen las herramientas para construir el mañana. Verne, Shelley, Huxley , Borges, todos ellos viven en las bibliotecas de científicos, agitadores del mundo, constructores de destinos. ¿Quiénes van a vivir en los libreros de los adultos por venir? No sé ustedes pero yo creo que ahora, más que nunca, es importante que los jóvenes descubran cómo es posible habitar en un mismo espacio con mil cuerpos diferentes, y lo que implica cada una de estas corporalidades.

Armada con estas ideas en mente, me senté a reflexionar sobre la consigna de una de las asociaciones civiles sobre lectura más bonitas que hay: IBBY México. Basta visitar sus redes para sentir el cariño que profesan por conectar a jóvenes lectores con libros de cabecera. Ellos vibran con colores, pero también reconocen algo que muchos adultos olvidamos: los niños y los adolescentes son tan conscientes -sino es que más- de las grietas tornasol de la vida. Y es por esa niña, esa adolescente que fui, que elegía hablar sobre una de las variables más importantes: el amor y buscar un lugar en las historias que leía. Claro que como buena hija de mi época crecí de la mano de Harry Potter, pero ¿hubiera tenido Hogwarts un asiento para mí en el gran comedor? ¿J.K. Rowling me hubiera querido en su universo? ¿Y los besos?, ¿por qué hay tan poco tacto en la fantasía con la cual crecí? ¿Teníamos lugar nosotras en el ficción con nuestra carne tal cual era?

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